La polilla no tiene la belleza de la mariposa.
Sin embargo, la vida le ha hecho más fuerte.

Su despedida

Allá se va: caminando lentamente con su saquito lleno hasta los bordes. Sólo dejó unas palabras de ánimo ahora que ya nunca volverá. "Quizá sin mí te vaya mejor". Pero eran palabras aprendidas de su clase de guión creativo. Las leí un día en que él volvió tarde y no me felicitó por mi cumpleaños. Y por eso no le creí.

Se lo pensó a conciencia antes de empezar a llenar su hatillo: tenía que seleccionar. Yo le pedía a gritos que no se fuera, o que al menos dejara un par de cosas que eran más mías que suyas. Desde el centro de la habitación, miró alrededor: paredes y muebles cada vez más vacíos, llenos de copos de polvo y pelusas de algodón. Pero no tuvo piedad y empezó a recolectar todos aquellos tesoros que poblaban mi vida. "Llévate el cuadro de Matisse", le dije casi en un susurro. "Pero no te los lleves". De la vitrina de roble fue recogiendo momenos que ya ni recordaba. Detrás del armario encontró dos besos adolescentes y furtivos. En el cajón de los calcetines tenía escondidas unas palabras que oí cuando niña.

Y de pronto, bajo las mantas y toallas, los vio. Estaban abrazaditos y temblando, y no se querían ir. No eran suyos. No les pertenecía. Y grité. Grité tanto que la garganta se quebró y las lágrimas resbalaron por las mejillas. Pero él ya había cogido sus manos arrugadas y sus diminutas patas peludas, y sin decir adiós se marcharon.

Crecer


Con el paso de los años y la caída silenciosa de las lágrimas, nos dimos cuenta que el dolor se va alojando en cada surco de la piel, arrinconando esperanzas que caducaban bajo una losa que se llamaba Realidad. No quisimos convencernos, y tras cada desengaño, volvíamos a mirar con ojos infantiles los momentos que dejamos ocultos en el fondo del baúl. Golpes y magulladuras, arañazos y muchas cicatrices que, en la desnudez de nuestra conciencia, nos recordaban que, a pesar de nuestra impaciencia, el reloj de arena y agua seguía corriendo veloz.

Y los muros se erigían con un cemento tan duro, fabricado con retales de huesos, sueños y momentos que se agolpaban en las gargantas, luchando por salir.

Y las bicicletas volaban por aquella pendiente, sin frenos, sin ayuda para parar las ruedas girando en una locura de ruleta rusa. Hoy puede salir el premio.

Maldito 2012



Te odio. Odio todo lo que me has hecho. Odio no poder parar de llorar, moquear y ahogarme bajo mis recuerdos.

Ojalá sea verdad la profecía maya... A mí ya nada me importa.

Desde el balcón


El verano tranquilo. Sentarse a ver cómo el día pierde sus horas de luz desde el balcón encalado, reluciente, con sus sillas de anea y sus mosaicos de colores. Un geranio rompe la tranquilidad con los pétalos encarnados. A lo lejos, entre la maraña de ramas de los pinos y las higueras, se divisan las otras casas blancas.



En lo alto, también resguardada por frondosos árboles, se encienden las vidrieras de la ermita con las últimas luces del anochecer de julio. A su lado, también en la colina, reposan dignamente los antepasados de todos nosotros. En silencio.

Mientras, los cantos de los colorines y las golondrinas se mezclan con los chillidos de los murciélagos y los grillos. El Sol se va ocultando tras las montañas amarillas.

Ahora se escuchan las voces sabias y las neófitas: es la mejor hora para sentarse al fresco, compartir historias de antaño, deslizarse por la refalaera. Niños y viejos disfrutan de esta calma fresca que el día nos da.

La luz



Al fondo a lo lejos veía la luz. Entre las nieblas negras de historias de terror, jirones de miedo y llanto, pesadillas a pleno sol. A lo lejos, por un pasillo de pequeñas piedrecitas y cal que aún le quemaba la piel.

Se acercaba, lenta pero decidida, estaba dispuesta a llegar.

Quedan pocos pasos... el final está cerca.
Sí, ya ve la luz.

Tus ojos



Tus ojos son la patria del relámpago y de la lágrima, 
silencio que habla, 
tempestades sin viento, mar sin olas, 
pájaros presos, doradas fieras adormecidas, 
topacios impíos como la verdad, 
o toño en un claro del bosque en donde la luz canta en el hombro de un árbol y son pájaros todas las hojas, 
playa que la mañana encuentra constelada de ojos, 
cesta de frutos de fuego, 
mentira que alimenta, 
espejos de este mundo, puertas del más allá, 
pulsación tranquila del mar a mediodía, 
absoluto que parpadea, 
páramo.


Octavio Paz

Cinco sentidos II


Dos asientos por detrás. Ya pasaron cinco días. Otro escenario, otro telón que levantar. Actores anónimos y sonidos estridentes. La espera se le hace eterna.

Un aleteo le acaricia la nuca, provocando que toda su piel se erice. Lentamente, una polilla de alas verdes, se posa sobre su hombro derecho, para luego, nerviosa, echar a volar otra vez hacia atrás.


Gira el cuello, pero la penumbra del lugar no le permite ver nada más que sombras. De nuevo, la polilla, recorre su cuello, dibujándole a fuego un mensaje.



Y ahora sabe lo que encontrará si mira hacia atrás: los ojos valientes que la persiguen en sueños. Por fin, ya sin miedos, se atreve a conocer el rostro de los ojos verdes.

Cinco sentidos I


Es posible soñar con unos ojos verdes.

Sobre todo si esos ojos te llaman desde una oscuridad gris, como las pequeñas piedras que emiten destellos desde el fondo del río, que mezclan tonalidades de cielo y selva, de sueños que se hunden bajo un agua turbia.


Unos ojos, verdes, y nada más.

Un rostro de ojos. Pero, tan expresivos, que dicen más que mil palabras. Silencio de boca. Gritos de ojos.


La timidez impide ver nada más. Sólo dos ojos verdes. Y avanza, sin echar la vista atrás, por un suelo cubierto de cristales verdes, arrepentida de no haberse parado a contemplar el resto del rostro de los ojos verdes.


Dos asientos más atrás, los ojos se ocultan tras una cabeza con pelo, y sosteniendo esa cabeza, un cuello. No alcanza a ver nada más.


Recorriendo su cuello algo llama su atención. Por entre la maraña de pelo que domina la cabellera azabache, a ambos lados de la cabeza, aparecen sus dos orejas. En la derecha, un lagarto juega a enredarse por entre el lóbulo, se encarama al hélix y penetra hasta esconderse.


Ahora entiende el por qué de esos ojos que hablan sin mover los labios. A veces, las palabras no emiten sonidos, sino brillitos que se traducen en sentimientos.

Dos asientos por delante, alguien gira sus ojos verdes hacia atrás, pero no llegarán a cruzarse.

No hay ley más fuerte

El amor es el único lazo que entiendo como legal...

 
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