The owl

No solían verse demasiado y, cuando lo hacían, se comían a besos. Los dos sabían que la sombra de la urgencia volaba sobre ellos, rozándolos con la punta de sus plumas. "Eres un maldito búho, siempre pendiente", le decía ella. "No quiero perderme cada uno de tus gestos". Escondidos en aquel rincón del bosque que habían bautizado como "El escondite de los cuervos", se amaban hasta que la noche caía y cada uno tenía que volver a su agujero. Ella le besaba sus cuatro puntos cardinales, despacio, saboreando su piel, recorriendo con el ápice de su lengua sus colinas y sus huesos. Él le dibujaba corazones rotos en la espalda, siempre con un trozo menos.

En el destello del orgasmo, él la miraba y se congratulaba de que aún estuviera viva, pues sabía que cada minuto era un minuto menos. Siempre en su contra, devoraban los instantes, mascullaban los "te quieros" y se tragaban el orgullo.

Un martes, él la esperó hasta que el cielo se volvió añil. Cuando dieron las siete, supo que no volvería a verla. Y rememoró cada uno de sus gestos, sus gritos, sus miradas tímidas de placer, mientras que sus sollozos se mezclaban con el ulular de un búho.

Desnuda mi alma

Cuando escribo me despojo de las capas de cebolla con las que me visto cada mañana: dejo atrás los miedos, las fobias y las inseguridades, y mi piel indefensa se vuelve transparente, de cristal. A través de esa seda dejo ver lo peor de mí: ese corazón que sueña demasiado aunque le falten horas para dormir. Mi vida no sería la misma si no tuviera la capacidad de poder mirarla a través de un caleidoscopio que me la devuelve convertida en poesía, en música y en magia. Sería un hastío, una zozobra, ver a las mismas personas, haciendo lo mismo, todos los mismos días, en esos tonos grises y sepias con los que ellos se conforman. Probablemente yo también me convertiría en una autómata asocial bajo la mirada atenta del Gran Hermano.

No puedo, no me sale. No me dejo. No quiero unirme a la maquinaria. No quiero ser un número, un nombre en una lista.

Por eso desnudo mi alma, cada día, un poquito. Para cambiar yo, y cambiar a los que me lean. A los que les inspire, a los que les haga reflexionar. Vamos a desnudarnos todos: empezamos por la cabeza, que es la parte más indecente.

Clementine

Vuelve e inventa una despedida.

Finjamos que la tuvimos.

Cabezabajo

Hoy voy a empezar

a ver la vida

desde otra

perspectiva. 

Sigilo

Refugiado entre las sombras de los agracejos, el cazador observa a su víctima. Desea conocer cada detalle de su cuerpo, así como sus manías y rutinas. Sin hacer el menor ruido, cada noche de Luna llena se acerca al lago donde ésta suelta su melena escarlata, que provoca destellos encarnados al contacto con los rayos de la bola brillante del cielo. No se atreve a acercarse a la joven, por lo que se queda fascinado mientras la chica canturrea sus serenatas mágicas. A veces, la melodía  lo transporta a los brazos de Morfeo. Otras, Eros juega con sus ganas.

El depredador es consciente de que, quizá hoy o quizá dentro de unos meses, tendrá que cobrar su pieza. Lo hará con pena, masticando cada bocado de su dulce piel mientras la convierte en un efímero trofeo salado por las lágrimas.

Poli

Porque me apetecía escucharla.
Porque su voz es poesía.

Y porque así,
sí son buenas noches.

Les larmes dans le verre

Aún no había salido el Sol. El cielo tenía reflejos violetas, esa tonalidad de los moratones cuando más duelen. En los oídos llevaba pegada una canción de los Beatles, que tarareaba contemplando la inmensidad del mar y el vuelo acrobático de las gaviotas. Siempre ensimismada, a caballo entre los recuerdos y la fantasía.

De repente, una imagen blanca, de pelo rizado, le vino a la mente. Y lloró, lloró como no había llorado en meses, lloró porque recordó el dolor de antaño. El dolor compartido, la impotencia, las lágrimas secadas en el abrazo que se fue. La amarga pérdida, la desdicha de tener que despedirse de tal manera del amigo fiel. 

"Cálmate, colócate las gafas de Sol y piensa que ahora, él está jugando con Chispa, correteando por colinas de amapolas", pensó. Y se secó las lágrimas al tiempo que maldecía todos aquellos recuerdos compartidos que se desvanecen como los círculos concéntricos de las piedras chocando contra el agua.

Qué maravillosamente oportuno

Y qué genial,

qué astuto,

qué indecente,

qué maravillosamente oportuno.

El soplo de viento

que ha unido atrevido

tu olor con el mío.

(Qué bien, Izal)

Parece innecesario falar de amor

Parece innecesario falar de amor, ás veces

e construír poemas de corpos derrubados,

de fume, de suor, de ventás apagadas,

de líquidos encontros e seguras derrotas.

Parece innecesario mais aínda transitan

folios e máis folios, e libros ademais.

Destrúen o silencio, de feble arquitectura,

dos que calando amamos con terca intensidade.

Parece innecesario falar de amor, ás veces,

para esquecer sen saña as bandeiras do odio

ou as bágoas humildes de quen non ten futuro

e nin pedir perdon por ignorar que somos.

Marta Dacosta

Le tatouage

Quiero dejarte huella:

un arañazo en la espalda

en pleno orgasmo,

el eco de mis susurros

en tus oídos,

el sabor de los besos

en la penumbra.

Quiero introducirme en tu piel:

tú ya lo has hecho

y tu tinta tiene tintes

invisibles e imborrables.

Musique

Descansa las yemas de sus dedos para escuchar los latidos que se le aceleran: éstos danzan armoniosamente acariciando las cuerdas de su guitarra y, lentamente, las vibraciones llegan hasta su corazón.

Cierra los ojos. Es la misma sensación que tiene cuando, el domingo y en penumbra, él se coloca tan cerca de su centro que cree que la va a traspasar. Es la melodía mágica, el eterno compás que juega en círculos por sus muslos.

En la soledad de su habitación, rememora aquellos compases que ya no forman parte de su vida. "No es que los eche de menos", se dice, "pero a veces me preguntó por qué la música dejó de sonar".

Luego agarra el mástil y susurra una canción grunge sin importarle que sea casi medianoche.